Después de su coronación en 1130, Ruggero II de Altavilla ordenó la construcción de la Capilla del Palacio, que representa en términos de arquitectura y decoración el encuentro entre culturas y religiones diversas, ya que en su realización se involucran especialistas bizantinos, islámicos y latinos. La iglesia, dedicada a San Pedro Apóstol, cuenta con una planta en la que los elementos bizantinos y latinos conviven, creando un “unicum” arquitectónico, reforzado por la decoración del mosaico. En la cúpula domina la imagen del Cristo Pantocrator que se repite en el ábside central. Los mosaicos más antiguos representan importantes episodios del Evangelio y se encuentran en la pared a la derecha del ábside principal. Las naves laterales, decoradas probablemente durante el reinado de Guglielmo I, narran los acontecimientos de la vida de San Pedro y San Pablo, y en la nave central las escenas del Antiguo Testamento. De importancia es el candelabro de mármol colocado en el ambón (púlpito). Artesanos árabes realizaron el techo de mocárabes, donde hay un ciclo pictórico fino y raro ligado a la tradición musulmana. Se trata de una estructura hecha completamente de madera, con elementos alveolares y estalactitas.
La incripción en latín, árabe y griego, de 1142, ahora situada a la izquierda justo antes de la entrada a la Capilla, rememora el reloj hidráulico constuido bajo la encomienda de Ruggero II, una prueba más de la interrelación de culturas en la Palermo normanda.
Los mosaicos de la fachada de la entrada se realizaron a principios del siglo XIX por voluntad de Ferdinando III de Borbón.
La puerta de acceso con dos batientes de nogal, con incrustaciones y relieves, fue realizada por el escultor siciliano Rosario Bagnasco en el siglo XIX.
Tomado de la guía oficial de la Capilla Palatina.